Vidas ejemplares. La verdadera historia de José Arturo Martín y Javier Sicilia.
(Ramiro Carrillo).
Poca gente sabe que Javier Sicilia y José Arturo Martín ya se conocían antes de encontrarse como compañeros en el primer curso de la Facultad de Bellas Artes de La Laguna: en varias ocasiones habían coincidido en asambleas de un grupo de amigos de la naturaleza, de ecologismo militante, llegando a colaborar en algunas campañas, sin que su trato fuera más allá de la cordialidad. Desde hacía tiempo, José Arturo acostumbraba a pasar tardes enteras, mientras duraba la luz, dibujando extasiado paisajes en la zona norte de la isla, donde su familia tenía una casa de campo. Javier Sicilia practicaba con pasión la escalada, y trataba de expresar, en su torpe pintura de entonces, esa especial comunión que los escaladores sienten con la montaña.
Al comenzar los estudios de Bellas Artes, su conexión fue inmediata. Compartían entonces un ilusionado entusiasmo por la posibilidad de un arte que pudiera ayudar a cambiar la sociedad, a convertir el mundo en un lugar mejor. Junto a otros compañeros, fundaron un grupo al que denominaban "colectivo Apolo”, porque se reunían en un bar del mismo nombre en La Laguna, donde organizaban periódicamente tertulias artísticas. Estos debates, que generalmente acababan en resaca, eran considerados por sus detractores como una sucesión de proclamas de activismo juvenil, más pretenciosas en su exaltación y en el radicalismo de sus propuestas, que enriquecedoras por la comprensión de los problemas artísticos o al menos la profundización en ellos; pero es indiscutible que sirvieron para situar a José Arturo Martín y Javier Sicilia en el terreno intelectual donde la idea de arte entra en crisis. Aquellas inquietudes fueron el detonante para un conjunto de obras individuales que pretendían responder a ese radicalismo de ideas: José Arturo Martín pintaba temas de problemática social y Javier Sicilia experimentaba expresiones artísticas alternativas.
Fue a raíz de su cooperación como voluntarios en una organización de ayuda al tercer mundo, cuando descubrieron el potencial del trabajo en grupo para realizar actividades con un fuerte compromiso crítico, y decidieron hacer una prueba, pintando en conjunto dos proyectos específicos, pensados para ejercer un cuestionamiento crítico del contexto donde se mostrarían. Me refiero a su colaboración en una exposición de obras de decenas de artistas en escaparates de comercios, con una pieza en que se representaban colgados de ganchos como si fueran piezas de carne, objetos comerciales inanimados; y a su participación en un concurso regional de artes plásticas con un cuadro que señalaba el localismo de tal evento.
Su bienintencionado objetivo era denunciar la supuesta instrumentalización que el sistema hacía del hecho artístico; pero ocurrió algo que ninguno de los dos esperaba: no sólo comprobaron el escaso potencial agitador de las propuestas de ese tipo, sino que además obtuvieron un cierto éxito; me refiero a tanto éxito como pueda alcanzar una obra realizada por alumnos de Bellas Artes. Extrañados por este fenómeno, José Arturo Martín y Javier Sicilia llegaron incluso a pensar que quizás adoptar posturas críticas contra el sistema fuera una de los métodos más eficaces de encumbramiento artístico.
Coincidió que en aquellos meses conocieron, en cursos o talleres de pintura, a varios artistas de gran relevancia y firme posición en el mercado internacional -nombres tan importantes como Walter Hausing, Gertrud Möller o Mario Tagliati-, y quedaron fascinados, tanto por su trabajo como por las facilidades que su prestigio les proporcionaba para acometer proyectos artísticos de gran envergadura. La obra y el mundo de estos artistas, unidos al vértigo causado por su creciente reputación local, ejercieron tal seducción sobre ellos que comenzaron a pintar con la ilusión puesta en hacerse un hueco en el mercado. El resultado fue su primera muestra conjunta: “Nos ponemos por los suelos”, una exposición- instalación de 72 horas, con la que intentaban afianzarse como artistas de élite en el mercado del arte contemporáneo. “Precios estrella y grandes rebajas en una exposición relámpago, pensada para todos los bolsillos”, anunciaban. La operación de marketing quedó completa con un díptico promocional, informativo de la obra disponible, de sus precios, así como de las ofertas para su adquisición.
La iniciativa resultó un gran éxito comercial y de público, que no se vio empañado por la acción de protesta que protagonizaron varios integrantes del “colectivo Apolo” quienes, impecablemente vestidos de negro, escenificaron la traición de Judas y dieron lectura a un manifiesto, tras lo cual abandonaron, indignados, la inauguración de la muestra.
Esta actitud de sus antiguos compañeros no afectó demasiado a José Arturo Martín y Javier Sicilia. Satisfechos por las ventas y la repercusión obtenida, decidieron emplear el dinero en viajar a Nueva York, la ciudad emblema del arte contemporáneo. Estuvieron allí dos meses, viviendo en el Soho, en un pequeño apartamento que les dejó una amiga. Pasaban días enteros en los museos, iban a las galerías de arte, a las escuelas, a los centros de arte alternativo; cuando podían visitaban estudios de artistas, conocían a sus marchantes, asistían a las inauguraciones. Aprovecharon, por tanto, la oportunidad de asomarse al mundo que tanto les atraía, de conocerlo desde dentro. Y la sorprendente reacción al codearse con lo que constituía sus más altas aspiraciones fue de desencanto, al quedar hastiados de las exigencias del ambiente competitivo del mercado y desilusión, cuando comenzaron a sospechar que sus artistas preferidos se habían convertido en productores de selectos objetos decorativos.
A su vuelta, arrepentidos de haberse dejado seducir por la tentación de la popularidad y el éxito, realizaron un proyecto que trataba de ser una autorreconciliación, a la vez que una declaración de intenciones: pintaron su estancia en un refugio en las montañas de los Alpes suizos, donde querían, según sus propias palabras “abandonar una sociedad desencantada y sin valores para compartir momentos de soledad y meditación, en armonía con la Naturaleza, con la única compañía de unos sencillos animales de granja”. Esa clausura simulada era metáfora y anuncio del auténtico retiro que realizaron, sin moverse del sitio, en los meses siguientes: aplazaron su trabajo conjunto para centrarse en el desarrollo de sus respectivas obras individuales, (no olvidemos que José Arturo Martín y Javier Sicilia es un proyecto artístico concreto, nunca ha sido su actividad exclusiva); abandonaron su compromiso público y su activismo para dedicar más tiempo a su desatendido círculo familiar y de amistades; y sobre todo, arrinconaron sus anteriores ambiciones artísticas, y se concentraron por entero en el estudio de sus lenguajes plásticos y en la profundización en sus referencias culturales.
Fue el descubrimiento del enorme peso de la memoria cultural en sus obras lo que les llevó a retomar, no sin largas discusiones, su actividad conjunta, con la intención de explorar sus orígenes, de revisar la naturaleza de las claves pictóricas que eran comunes a ambos. Una vez más, Javier Sicilia y José Arturo Martín se encerraron en el estudio, trabajando día y noche, con la constancia y el tesón que, con frecuencia, les mantienen pintando hasta que caen, rendidos, en alguno de los pintarrajeados sillones del taller. Los cuadros de esta etapa eran composiciones donde se representaban a ellos mismos protagonizando, como en un teatro, escenas aparentemente triviales, pintadas en un estilo naturalista estudiadamente neutro, que sólo tras un examen más atento desvelaban precisos comentarios sobre las raíces de su formación intelectual: la profunda influencia de la tradición clásica, superviviente a su negación por las vanguardias; la relación romántica del artista con la Naturaleza; la presencia incuestionable de las aportaciones de Giotto, Leonardo y Velázquez al concepto mismo de representación; o el problema de la pintura naturalista después de la fotografía, después de Duchamp. A la luz de esta herencia, revisaban la idea misma de artista y trataban de observar su compleja función en el sistema.
Algunos de estos cuadros se mostraron en la importante exposición colectiva “Figuraciones Indígenas”, que visitó las principales capitales canarias. Esta obra, compleja, sofisticada y culta, no tuvo tan buena acogida popular como sus anteriores trabajos, pero despertó un gran interés en los más selectos círculos intelectuales de las islas. Comenzaron a ser invitados a cenáculos, tertulias, debates, eventos culturales, o simplemente a reuniones con filósofos o críticos de arte con los que confrontaban sus posiciones estéticas. Incluso sus antiguos compañeros y más tarde detractores del colectivo Apolo, que por entonces habían comenzado a editar la revista de arte y literatura “Die Plasten” (en homenaje a un poema de Novalis), volvieron a llamarles para intervenir en foros de discusión sobre la relación del arte con la metástasis tecnológica, los cambios sociales, la crisis de la historia, los debates estéticos.
Para José Arturo Martín y Javier Sicilia aquellas actividades, emprendidas con entusiasmo, pronto se convirtieron en rutinarias. La mecánica de las discusiones se repetía, plagada de buenas intenciones, analizando una y otra vez los problemas sin que las conclusiones se vertieran en acciones reales. El discurso, siempre planteado con rigor, acababa por volverse sobre sí mismo; mientras se sofisticaban los razonamientos se perdía el anclaje con la realidad, y se terminaba debatiendo matices de los argumentos mismos, olvidada la conexión con el tema original.
No es que José Arturo Martín y Javier Sicilia desdeñaran el trabajo de los teóricos, sino que notaron cómo, siendo ellos pintores, estaban comenzando a pensar y actuar como aquellos. De repente, repararon en el vacío emocional de sus cuadros, elaborados desde planteamientos enormemente intelectualizados. Cayeron en la cuenta de la pedantería de su erudición, de lo pretencioso de sus propuestas estéticas, en las que faltaba lo más importante: la sensibilidad, la carne pictórica. José Arturo Martín y Javier Sicilia descubrieron que no habían estado pintando cuadros, sino ilustrando textos, así que resolvieron concentrarse en hacerse como pintores: encontrar esa especial manera de mirar y de expresar el pensamiento que es privilegio de los artistas plásticos; alcanzar la pericia técnica que les permitiera ahondar en la materialidad del cuadro para apelar a la sensualidad, a la sensación del espectador; recuperar el valor pictórico, el refinamiento de las cualidades sensibles de la pintura, capaces de detonar la chispa de la emoción. Se propusieron, en definitiva, pintar buenos cuadros.
Consecuentes con sus ideas, como siempre, José Arturo Martín y Javier Sicilia decidieron quemar su biblioteca antes de recluirse en el estudio, para imposibilitar el volverse atrás en su determinación. Su renuncia a los discursos sofisticados para aprender el oficio de pintor es el más humilde proyecto a la vez que, paradójicamente, el más ambicioso: su pintura no tiene ya pretensiones intelectuales, ni acentos críticos, ni complejas retóricas, ni juegos cultos, ni significados encubiertos; tan sólo necesita tener calidad pictórica. Por ello han pintado temas sencillos y honestos: escenas de su actividad cotidiana, episodios de su vida poco trascendentes aunque de grato recuerdo, retratos con sus amistades y familiares, o simpáticas escenas que muestran su camaradería. Estas imágenes, modestas, sinceras, con las que dos artistas jóvenes están aprendiendo a pintar, no pretenden otra cosa que hacernos disfrutar, precisamente, de buena pintura.
José Arturo Martín y Javier Sicilia seguirán aún evolucionando en su trabajo, sorprendiendo a quienes les conocemos por la lucidez de sus reflexiones, afrontando retos cada vez más difíciles. Les deseamos valor y suerte en su camino.
CUADROS:
LA HOGUERA: José Arturo Martín y Javier Sicilia han decidido quemar su biblioteca. A la tenue luz del fuego, los dos se acordaron, por un momento, de Hernán Cortés.
JAVI EN EL SUPERMERCADO: En el supermercado hay de todo, pero Javier Sicilia escoge sus alimentos con sumo cuidado, porque sabe que una persona es lo que elige comer.
JOSÉ EN LOS URINARIOS. En los urinarios del museo, José Arturo Martín está meditando sobre las obras que acaba de ver, y se pregunta hasta qué punto influirán en su trabajo futuro.
RAMIRO. Cuando salen a cenar con sus amigos artistas, José Arturo Martín y Javier Sicilia mantienen una norma: nunca hablar, ni acordarse siquiera, del arte.
GONZALO: La amistad entre pintores a veces es muy práctica: a José Arturo Martín y Javier Sicilia se les ha acabado el óleo negro; con sólo cruzar la calle se sale del apuro.
DOKOUPIL: En una ociosa tarde de sábado, a la hora de la merienda, los tres amigos están jugando a las imitaciones.
BIANCA: Mientras Javier Sicilia dibuja a su novia, observa como ella sigue con sus ojos, atenta, el recorrido de su mirada de pintor.
PAZ: Es el aniversario de José Arturo Martín y su compañera. La intensidad del beso revela la importancia de su pasado, y les hace, al tiempo, conscientes de su presente.
AJEDREZ 1 (JOSITO) Para José Arturo Martín y Javier Sicilia el ajedrez es más que un juego. Los dos son estupendos contendientes, y cuando se enfrascan en una partida se ensimisman de tal manera que pierden la noción del tiempo y del lugar
AJEDREZ 2 (JAVI LEYENDO). El espeso silencio es muestra del elevado nivel de concentración. Las horas pasan lentamente. A veces abandonan el estudio de madrugada, con la mente exhausta... !Y la partida no ha acabado¡.
ORADORES: Entre las diapositivas de una charla sobre el arte de vanguardia, se ha colado, como por magia, la de un cuadro de Velázquez.
LA DUCHA: En Manhattan, al terminar un día entero viendo pintura americana, la ducha supone un descanso especial.
COCA COLA: José Arturo Martín y Javier Sicilia disfrutan tanto el carnaval que a veces se diría que andan siempre disfrazados.
MINIATURAS: El ascensor se ha parado entre dos pisos. José Arturo Martín y Javier Sicilia están dudando entre pedir ayuda o sentarse a disfrutar de no estar en ningún sitio.
CARANTOÑAS: Nunca hay que pedir a José Arturo Martín y Javier Sicilia que posen, porque acabarán haciéndose los tontos.
HABLANDO CON EL LIBRO: José Arturo Martín y Javier Sicilia a veces disfrutan descansando en el parque, con un libro en la mano, fingiendo comentar lo que están leyendo.