dima
  • 2000

    Los impostores Esto no es un cuadro. Ángel MolláQueridos amigos, que no cunda el pánico: tampoco esto es una carta; pero, antes que nada, quiero agradecerles que me hayan convocado como testigo presencial de su estimulante ceremonia de travestismo pictórico y fotográfico .También me veo obligado a añadir , sin embargo y en primer lugar, que como reporteros gráficos no parecen reunir los requisitos habituales de éstos: la afectada falta de distancia que tanto propicia la manipulación y los premios foto-periodísticos, o ese nulo amor a la verdad , mezcla de inmediatez sentimental y verosimilitud estereotipada .Y en segundo lugar, tengo que señalar que el delirante repaso que Vdes. hacen a los temas y géneros históricos de la pintura delata algo bien distinto de aquel afán nihilista y pedante por saquear temas y estilos del pasado cultural que tanto obsesionó a partir de los ya lejanos (y rancios)80. Vdes. saben mejor que yo que ni el mito ni la historia pueden salvarnos : el "fondo de armario", como Vdes. dicen, es tan amplio que cualquier nueva "identidad a medida" tendrá una fecha de caducidad demasiado corta. Ni siquiera una identidad mutante (o "nómada" , como se decía hasta hace poco) consigue ocultar el carácter trágico de esa búsqueda. Lo que si parece claro es que esa identidad nunca podrá volver a ser "originaria" ni mucho menos "natural" , pues , a estas alturas , tanto las "raíces" como las "esencias" no son otra cosa que indigestos ingredientes de un brebaje venenoso que ningún artista inteligente y honesto contribuye hoy a aderezar. Frente a tal deleznable potaje, caldo de cultivo como sabemos de algunas patologías éticas y estéticas más letales del cambio de siglo , nada más saludable que las descreídas máscaras que Vdes. proponen: un pequeño y simpático difraz para el carnaval de la cultura contemporanea que , por no pecar , no peca ni de mestizaje piadoso ni de exotismo multiculturalista(lo del "asesino del sushi" no es sino un bello misterio bufo). También tengo que coincidir con Vdes. en la pertinencia del recuerdo fabulado de algún que otro fenómeno inquietante, a la vez dramático y banal: por ejemplo, que aún hay quien sueña que el ingenio y el talento se conviertan en billetes verdes (sobre un fondo de arcadia renacentista); que hay quien, disfrazado de héroe de pacotilla, dispara y pisotea a sus semejantes ; que hay quien querría descubrir a su príncipe azul tras una mascarilla verde y a la fría luz de un quirófano; que hay quien colecciona cabezas de los grandes hombres del pasado ( y, como decía alguien, es capaz de leer más cosas en su efigie que en sus obras completas ); que hay quien abandona este mundo, sin desconectar el televisor y el móvil , tras haber puesto la lavadora( por si acaso); o que acaso el arte pueda ser reprimido por una travesura del menos indicado. En fin , como Vdes. dicen, quizás todo consista en señalizar con un poco de gracia y otro poco de astucia el incierto camino: dejando miguitas o adornando con farolillos y guirnaldas el claro del bosque, n o sea que vaya a aparecer con toda su pompa el genius loci o el mismísimo Ser (en mayúscula) y se acabe la fiesta. Sea como sea , no quisiera acabar esta (no) carta si agradecerles sus valiosos cuadros vivientes , en los cuales pintura , teatro y fotografía , ficción y verdad , arte y vida juegan al escondite como si nada. En el fondo, el silencio en blanco y la inquietud del no saber qué decir no merecen mejor respuesta que una roja nariz de payaso. No saben cuánto me alegro de esta "bufonería trascendental" nada tenga ya que ver con aquella enfermiza ironía romántica : enterremos al artista revolucionario con el respeto que se merece y pongámonos por un momento su uniforme para saber qué se siente cuando uno va a enfrentarse solo con el mundo o lo que viene a ser lo mismo a salvar a la Humanidad (y, de paso, al Arte). Es importante vestir sólo un momento aquel gastado uniforme, no vaya a ser que la nueva identidad postiza, con la costumbre o el hábito (dos metáforas inadvertidas del disfraz), llegue a convertirse en una segunda naturaleza. Claro que esto es algo le puede suceder también a quien vaya de cirujano del mundo o al que toma por costumbre dominar desde lo alto de un caballo, por no hablar del dando o de la coqueta. Y aunque sólo fuera por estas verdades ( que son también las más valiosas sugerencias ), no quisiera dejar de expresarles de nuevo mi agradecimiento, así como la más alta consideración de su trabajo de la amistad que me honran. Queda a su disposición.   JOSE ARTURO MARTIN Y JAVIER SICILIA Frente a la catástrofe programada es el claro titulo de una nueva invitación a la mirada piadosa, si bien de otro tipo. La “simpatía” sería aquí algo más que cierta cualidad graciosa que hace que los otros no caigan bien (y ellos saben mucho de esto). La simpatía de la que hablamos sirve, más bien, para reconocer en el otro a un “semejante” (aunque no se nos parezca), para ser capaces de ponernos en lugar de ese “prójimo” (aunque no sea culturalmente próximo o venga de otro lugar), para sentirse cerca de ese “pariente lejano” que no hemos invitado a venir a vernos (pero se presenta en nuestra casa sin avisar). Ya decía Hume que la simpatía, al ponernos en el lugar del otro, es el fundamento de toda ética.
    1. A. Martín y J. Sicilia hacen suyas las palabras que Ramón Ferri – en su informe sobre Las “zonas internacionales” de retendión – pone en boca de un supuesto funcionario de inmigración (en un puesto fronterizo perdido):
      Has podido escapar de tu país; has podido atravesar cientos o miles de kilómetros hasta llamar a nuestra puerta; has podido hacerlo con la documentación preceptiva; has tenido la posibilidad de ahorrar algún dinero, sorteando otros de los requisitos … pero se acabó la fiesta: pasa a este territorio inexistente y espera a que te devolvamos a donde nunca debiste soñar con salir, a tu tierra.   En el fondo, el único argumento para justificar la barbarie sería aquella boutade de antes: que uno es “ natural de donde nace”, “nativo de su nación” o “paisano de su país”. Por eso la única estrategia eficaz que puede adoptar un inmigrante ilegal es ocultar su nacionalidad: sólo así no será devuelto a su origen ( y esta expresión no deberá entenderse en el sentido que le daba Heidegger, sino en el de los funcionarios de correos). Ya decía otro correligionario del alemán, Rudolf Steiner, con esa profunda “espiritualidad” que caracterizó a ambos: la “esencia” de cada pueblo está intimamente ligada a su territorio, pues ambos comparten su aura (en un sentido no benjaminiano); por lo tanto, nada se gana perdiendo el hogar natal salvo las iras de los ángeles guardianes del suelo patrio ( y añadimos nosotros: y de los guardias fronterizos). Esto sería – pensaba el teósofo austríaco – ir contra las leyes de la naturaleza, es decir, de la evolución, de la reencarnación y de la propia esncia. Sólo hay un crimen peor que cambiar de patria: mezclar las razas. Por eso los transgresores tienen bien merecida su reclusión en ese “territorio inexistente” o “no lugar” (por emplear el mismo término que hará suyo Magnolia Soto) que son las llamadas zonas internacionales de retención : esa suerte de “limbo legal” o purgatorio donde los inmigrantes son aislados e inmovilizados, a menudo durante largos períodos de tiempo. Por eso nuestros dos artistas esta vez  -  y sin recato, según tienen por costumbre  - de guardianes del orden (¿natural?) ejerciendo algunas de sus tareas oficiales y otras oficiosas (con no menos abnegación). La farsa en formato polaroid que escenifican estos artistas, sin embargo, no debe ser tomada a risa, por mucho que esta sea una de sus armas habituales. Se trata, de nuevo, de la verdad de las máscaras, pues las máscaras que disfrazan a nuestros artistas – guardianes (con su propio rostro) no son sino la otra cara de las que llevan los aspirantes a trabajador : negritos idénticos entre sí como un rostro fotocopiado a otro. Las máscaras de la “identidad colectiva” – ya lo sabemos demasiado bien- nos hacen a todos mucho más identicos de lo que somos, pues sólo el reconocimiento de nuestra “identidad personal” nos da algo más que un DNI o un pasaporte: derechos, por ejemplo. Pero cuando los otros son considerados como una masa indiferenciada, como un colectivo de extraños idénticos entre sí, tampoco nosotros podemos esperar demasiada igualdad (por no hablar de libertad y dignidad). Indiferente a cualquier reflexión o argumento, la tradicional xenofobia popular, más que rentabilizada políticamente, se renueva hoy ante la inmigración africana: xenofobia más que contradictoria en un pueblo que, en gran medida, desciende de inmigrantes y hasta hace poco ha tenido que emigrar para escapar de la miseria. No menos escandaloso y paradójico es el modo interesadamente selectivo con que se aplica esta exclusión del forastero y de lo “foráneo”.